17/8/11

Mudas

Apariencia engañosa: no llovió en mi salida
De pronto (tanto como un año), la estadía se convirtió en permanencia: ya no visita, ya sí vivir en Buenos Aires. Hace cinco meses cliché* el cuento del que va del pueblo a la ciudad. Misteriosa resultará la fórmula que por más cientos de casos aun puede sorprender y de qué maneras. Ahora no tengo el ejemplo, me limito a decir que las experiencias, muy rara vez, son todas iguales. Quizás sí o quizás no, el tiempo dicte razón. Volviendo a lo concreto: Ahora que me instalé en el departamento de mi hermana, aquella misma que nombré anteriormente. Por cierto, ella no vive más acá. Con toda la gracia podría sonar a un divertido cambio de lugares. A este barrio de capital, Villa Crespo, le tengo cierta familiaridad. He venido antes contadas veces, pero suficientes para que un par de calles se lleven el crédito de una más cercana confianza. Es así que me paseo a gusto por la zona. Una noche, muerta de ganas de pasear con aire melancólico y a plena reflexión (admito que por demás superficial, era casi un show por estrenar) salí a conocer otro poco. Sirva de memoria colectiva y mi recordatorio, este lugar es tan grande que es de lo más común que se repitan, digo una cosa: los nombres de las calles. Con la maravilla de ver casi tres nombrados homónimos en distintas situaciones físicas reales uno empieza a preguntarse donde quedaron las migas del suelo que nos conducen de vuelta a casa. Yo no las tenía, tampoco una guia-t. Rondaban las once, la tranquilidad se batia con bocinas o gritos, por momentos. Yo no tenía idea de que dirección o sentido tenía que tomar. Otra cualidad fascinante de este lugar: la sensación de no saber, no tener la más mínima y remota idea de dónde (DÓNDE) estás parado. Sólo la tuve acá. He paseado por tantas otras ciudades, presumo y tal cosa nunca me pasó. Sin sentido de la orientación, dinero o ánimo aventurero (agotado para entonces) hice lo que creí como solución más práctica: tomé un taxi. Y llegué con éxitos, haciendo esperar al chofer en la puerta mientras buscaba el pago. Me intrigó mucho por qué se quedo tanto tiempo esperando (¡habiendole yo ya pagado!). Nunca lo sabré.
Primera de dos veces que me aparecí más tarde por casa. La segunda es otra historia...